21 de diciembre de 2015

Un encuentro casual VI

Ya era domingo por la tarde cuando Gabriel se encontraba en la estación de tren despidiéndose de sus padres. No sabía cuánto tardaría en volver a verlos, pero le consoló pensar que tras aquellos días en familia, podría volver a ver a Natalia. Se prodigó en una ración de besos y abrazos con sus padres antes de que partiera el tren de éstos, y una vez que se quedó sólo, puso rumbo hacia su piso.

Mientras caminaba, se sintió poderosamente atraído por el deseo de llamar a Natalia, pero algo en su interior le frenó: el deseo de no agobiarla. Así que una vez que regresó al piso, y aprovechando que sus compañeros estaban allí jugando al póker, se unió a la partida. No le importó ser desplumado (si es que perder dinero ficticio puede considerarse una tragedia) por sus compañeros, él pronto volvería a disfrutar del mejor premio posible, y tras cenar algo y meterse en la cama, y sin poder contenerse más por aquel día, le mandó un mensaje de buenas noches a Natalia. Ella le llamó algunos minutos después, y conversaron animadamente un poco antes de acostarse, confesando que se echaban de menos. Tras colgar, Gabriel se sintió extraño. Estaba empezando a convertirse en una maravillosa costumbre oír aquella voz antes de dormir, y con ese pensamiento entró en el reino de Morfeo con una sonrisa en los labios.

Natalia tuvo el placer de despertarse y ver un mensaje de voz de Gabriel en el teléfono.  Aunque se le notaba voz de recién despierto, a ella no le importó, le había encantado escucharle para empezar el día, y por eso le grabó otro mensaje de voz para él. Aquel chico la estaba volviendo loca, y ella había dejado tiempo atrás todo pensamiento sobre la idoneidad o no de aquella de relación. Se había dejado arrastrar por el torbellino de la pasión. Fuera como fuese, todo estaba siendo maravilloso con él. Sentía que por fin tenía la comprensión, el cariño y los detalles que le habían faltado con su última pareja seria, y esa idea le hizo darse cuenta de que en muy poco tiempo, Gabriel se había colado descaradamente en su cerebro. Y por qué no admitirlo, estaba aporreando con furia las puertas que daban acceso a su corazón. Era un chico encantador, con algunos detalles por pulir, pero encantador, y ella empezaba a desear que se quedara un largo tiempo en su vida. Sin embargo, no sabía si él deseaba lo mismo, aunque algo en su interior le decía que sí, que era recíproco, y detalles como ese mensaje tan tempranero lo corroboraba. Tras levantarse de la cama, se dio una ducha, desayunó, y se vistió para ir a la oficina. Cada lunes era un día especialmente intenso en la editorial, y ése no iba a ser menos.

Efectivamente, cuando Natalia llegó al despacho, le esperaba sobre su escritorio una montaña de papeles, y eso no era todo, ya que tenía que hacer muchas llamadas organizando presentaciones para algunos libros recién publicados por la editorial. Le habría gustado mandarle algún que otro mensaje a Gabriel durante la mañana, pero había tantas cosas que hacer que no tuvo ocasión. De hecho agradeció que él no le escribiera, porque no habría podido contestarle tranquilamente y se habría sentido mal por ello. 

Un poco antes del mediodía, y cuando empezaba a sentirse agotada, empezó a sonarle el móvil. Ilusionada, miró la pantalla pensando en que fuera Gabriel, aunque no hubo suerte. Aun así, el número que llamaba era de Cristóbal, uno de los escritores de la editorial, y cogió la llamada. Tras algunas frases de cortesía, escuchó con atención la noticia que Cristóbal le transmitía con alegría. Cuando terminó la llamada, se quedó pensativa sobre el motivo. En su interior se suscitó un debate interior que ella tardó un rato en resolver, ya que implicaba un cambio poderoso en su vida si lo hacía. Una vez que se decidió, llamó a Gabriel, y cuando escuchó su voz sintió que sus agotadas energías de la mañana se recuperaban. Eso reforzaba la decisión que había tomado sobre la llamada anterior. Le propuso un tapeo por el centro de la ciudad, y él le dijo que la vería en menos de una hora en el sitio acordado.

Una vez que Natalia y Gabriel se encontraron, la sonrisa en la cara de ambos era visible a kilómetros de distancia, ya que competía en luminosidad con la luz del sol. Se dieron un beso y caminaron cogidos de la mano buscando un bar donde tomar algo. Ella le preguntó sobre cómo le había ido esa mañana y el fin de semana con sus padres, y él le contó de manera resumida los sitios por donde les había llevado. Luego fue él quien le preguntó a ella por el día y el fin de semana, y ella le contó lo que había hecho. Tras escoger un bar, se sentaron en una mesa y pidieron algo de beber y un par de tapas. Aunque Natalia quería contarle a Gabriel el motivo por el que le había citado sin mucha antelación, pensó que era mejor hacerlo al final de la velada, por si el chico reaccionaba de un modo negativo y, o bien le daba una respuesta negativa, o bien se marchaba. No pensaba que se diera esa hipótesis, pero tampoco sabía a ciencia cierta si iban a salir las cosas como a ella le apetecía. Una vez que volvió a centrar su atención en él, le confesó algo:

- La foto que me mandaste el otro día desde la Alhambra es preciosa Gabriel, sobretodo por la propuesta que la acompañaba- y acompañó sus palabras acariciando la mano de él-. Aunque he estado muchas veces allí, la idea de ir contigo me ilusiona mucho.
- Lo cierto es que, a pesar de no vernos en unos días, fuiste una inquilina perpetua en mis pensamientos Natalia- y él tocó con dulzura la mano de ella-. Al ver aquella vista, sentí que me faltaba alguien al lado, y bueno, ese alguien eras tú como te hice saber.
- Y eso me encantó. Es bonito tener constancia de que, aunque alguien esté físicamente lejos de ti, sus pensamientos no lo están tanto.
- Eso mismo creo yo. Ayer…bueno, ayer cuando ya me había despedido de mis padres, tuve deseos de llamarte, pero no quise agobiarte- en este punto él abrió la boca y la cerró, para volver a abrirla después, en una cómica imagen que semejaba a alguien temeroso de revelar o no una información de alto secreto-. No deseo hacer nada que te agobie y te aleje de mí.
- Cariño- y sintió un cosquilleo en su estómago tras la confesión de él-, en ningún momento me he sentido agobiada por ti. Admito que para mi propia sorpresa todo está yendo rápido, pero no me arrepiento de nada. No me arrepiento ni de las noches que hemos compartido, ni de las cosas personales que ya sabes sobre mí, ni de cada momento en el que te he revelado que te extraño.
- No sabes cuánto me alegra saber eso Natalia, temía que mis ganas de compartir tiempo contigo, estando a mi lado o en otro lugar cada uno, me jugaran una mala pasada.
- Por ahora lo único que han hecho tus ganas, es juntarse con las mías para hacer arder Troya.
- Con razón llevo unos días oliendo humo a mi alrededor- y ambos se echaron a reír-.

Volvieron a pedir otra ronda, y mientras Gabriel fue al servicio, Natalia se quedó pensativa. Era curioso, aunque no lo había admitido, a ella también le había invadido esos días la sensación de estar agobiando a Gabriel. Aunque el pensamiento que imperaba en su cabeza a ese respecto, era que ambos estaban actuando de manera espontánea, movidos por el único deseo de disfrutar al máximo de haberse conocido. Y bajo aquella perspectiva, aunque de manera rápida, todo suceso que había vivido con él era positivo y enriquecedor en muchos aspectos. Y ojalá que, cuando ella le dijera lo que quería decirle desde la llamada de Cristóbal, todo continuara fluyendo con naturalidad, creando para ambos más vivencias llenas de magia. Había estado tan absorta en estos pensamientos que le pilló por sorpresa el beso de Gabriel en su mejilla cuando éste regresó.

Natalia se acarició la mejilla un par de segundos sin dejar de sonreírle a Gabriel. Aunque quería demorar el momento clave de la charla, aquella parecía una señal adecuada para el disparo de salida. A fin de cuentas, tampoco iba a decir nada que pudiera considerarse malo, excepto si ella recibía una respuesta negativa. Entonces se sentiría triste. Se respondió mentalmente que no tenía por qué ser así. Todo había ido sobre ruedas, y quizás aquello no fuera una excepción. Sin embargo…el asomo de duda  estaba ahí. Con el ánimo de obtener una respuesta, fue directa al grano:

- Gabriel, hoy te dije de vernos sin mucha antelación porque quería comentarte algo. Mejor dicho, proponerte algo- y cuando él abrió la boca para hablar, ella le hizo un gesto con la mano para esperar-. Esta mañana me llamó Cristóbal, uno de los escritores que trabaja para mi editorial. Me dijo que le habían concedido un importante premio literario en nuestra ciudad, y me invitó a asistir a la entrega, que será el fin de semana. También me dijo…- el momento clave había llegado- que me mandará dos invitaciones. Y quiero que seas mi acompañante y la gente de mi círculo empiece a conocerte- en ese momento cogió las manos de Gabriel y las apretó con dulzura-. Sé que habrá quien nos juzgue por la diferencia de edad, pero me da igual, eres tú quien me llena por dentro desde que te conozco, y quiero dar un paso más contigo. Así que… ¿qué respondes?

Y Gabriel se quedó pensativo unos segundos, digiriendo todo lo que Natalia le acababa de decir. Aunque de un modo extremo, su mente aisló dos caminos: seguir siendo amantes pasajeros, o apostar por ser algo más. Su corazón latía con la velocidad de un caballo de carreras, y sus piernas le temblaban. Seguir o avanzar. Y tras mirar una vez más a Natalia, tomó la decisión. Abrió la boca, y se preparó para dar una respuesta.

Continuará...
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11 de diciembre de 2015

Un constante enemigo

Era mediodía y Matías estaba saliendo del trabajo cuando le sonó el teléfono. Era su hermana Eleonora, y su voz sonaba alegre por primera vez en el último mes:

- Matías, ven en cuanto puedas, papá ha logrado combatir a su enemigo y hoy ha logrado vencerle. Me ha preguntado por ti y quiere que estés con nosotros.
- Voy enseguida para allá. Hasta ahora.

El corazón le latía con fuerza en el pecho. Una victoria, al fin una victoria tras algunos meses derrotado por su cruel enemigo. Había tenido una mañana horrible, pero esa llamada de Eleonora había cambiado por completo su estado de ánimo. En cuanto Matías llegó al aparcamiento y subió a su coche, trató de llegar lo más rápido posible junto a su padre y su hermana. Al llegar al lugar de destino, una residencia de ancianos, se fundió en un abrazo con lo que quedaba de su familia. Ojalá su madre hubiera estado allí para unirse a ellos.

Matías y Eleonora compartieron toda la tarde con su padre, y disfrutaron escuchando todas las historias que él quiso contarles. Parecía como si jamás se cansaran de escuchar su voz y sus vivencias. A fin de cuentas, no todos los días su lucha arrojaba resultados tan favorables ante su constante enemigo: el alzheimer.

Con la llegada de la noche, una de las enfermeras de la residencia les dijo a Matías y Eleonora que el horario de visitas había terminado, y éstos se marcharon con mucho pesar, pero despidiéndose del modo más intenso posible de su padre. Cualquier despedida podía ser la última que una persona con alzheimer recordara, y Matías le dio a su padre el abrazo más fuerte de toda su vida, susurrándole al oído el gran amor que le tenía, y lo agradecido que estaba por haberle convertido en el hombre que era. Y Eleonora hizo lo mismo, aferrándose con fuerza a su padre, y diciéndole que no dejara de luchar para tener más días así. El constante enemigo no merecía salir victorioso con tanta frecuencia, y no había otra opción que luchar cuanto se pudiera, aun sabiendo las escasas opciones de victoria.
Tras salir al aparcamiento de la residencia, Eleonora y Matías hablaron unos minutos antes de despedirse:

- Me alegra mucho que estuvieras aquí Matías.
- La tarde que hemos compartido no me la habría perdido por nada, parecía el de siempre. Durante unas horas sólo tenía ganas de sonreír, ojalá papá tuviera más días lúcidos.
- Lo sé, es demasiado doloroso estar con él en sus días grises, escuchándole hacer preguntas incoherentes o aguantando las lágrimas cuando no nos reconoce.
- Tengo tanto miedo de que acabemos algún día así hermanita…

Y Matías rompió a llorar, y a los pocos minutos Eleonora estaba exactamente igual, sintiéndose débil ante las palabras de su hermano, las cuales no estaban carentes de sentido. La herencia genética podía ser caprichosa, y en mayor o menor medida, el sufrimiento ante la enfermedad de su padre les hacía pensar en el destino que ellos tendrían al llegar a la vejez. La memoria humana era algo sumamente valioso, y era una crueldad infame la posibilidad de verse privados de ese incalculable tesoro a medida que envejecieran. Así que si había un enemigo peor que una enfermedad, ese era el tiempo cuando jugaba a su favor.

Aun así, ambos hermanos se consolaron recordando que la vida sigue y hay que vivirla, disfrutando cada día del mejor modo posible, luchando a diario por vencer todos los obstáculos que aparecen por el camino. 

7 de diciembre de 2015

Un encuentro casual V

La cena que Gabriel preparó era sencilla pero fue bien valorada por Natalia. El menú había consistido en una tortilla de gambas y champiñones, acompañada de un plato con tomate en rodajas y queso cortado en cuadrados. De postre, y tras rebuscar en los muebles de la cocina, Gabriel había encontrado los ingredientes necesarios para preparar un postre casero. Es cierto que en nada podía competir su cena con la que había disfrutado él la noche anterior, pero la perpetua sonrisa de Natalia denotaba su satisfacción con la comida, el detalle y la compañía. Una vez que terminaron con el postre, ambos recogieron la mesa y se sentaron después en el sofá del salón. Entonces él hizo una pregunta que aunque tardía e inoportuna, era necesaria: 

- Natalia, ¿tomas la píldora del día después? Aunque no hemos hablado el tema, anoche fue la primera vez que no actué de un modo responsable, y tengo esa duda.
- Te entiendo, aunque yo también soy una mujer responsable, no cambiaría nada de lo que hicimos anoche. No tomo la píldora- en ese momento ella hizo una pausa antes de seguir, sopesando si abrir otra compuerta de su alma a Gabriel o mantenerla cerrada, para decantarse finalmente por ser sincera-, soy estéril.
- Siento oírte eso, discúlpame si mi pregunta te hizo sentir mal.
- No te preocupes- y le dio un beso a Gabriel-, no tienes la culpa de eso. No es que me incomode hablar del tema, pero tampoco es fácil.
- Lo entiendo, es comprensible. Todo esto es nuevo para mí- y Gabriel apoyó su cabeza sobre el hombro de Natalia-, lo que nos está pasando y el ritmo al que avanzan las cosas, y no sé si actúo del modo correcto o no. Lo único que sé, es que es maravilloso el torbellino de sentimientos y emociones que me haces sentir con tu presencia.
- Lo sé cariño, para mí también es igual. Hasta que llegaste tú a mi vida, no había estado con ningún chico tan joven- en este punto le acarició a Gabriel la frente con ternura-, y tú tienes algo que me vuelve loca y me convierte en adicta a ti.
- No sé qué decir- nadie le había dicho a Gabriel que creara adicción, y eso le había hecho sentir en éxtasis-, es de las cosas más bonitas que alguien me ha dicho, que yo sea adictivo.
- Pues lo eres, y mucho. Sé que a pesar de nuestros progresos, nos queda mucho por conocer el uno del otro. Pero algo me dice que el resto de ti es tan valioso como lo poco que he podido descubrir estos días.
- Te estás mal acostumbrando a dejarme sin palabras Natalia, y eso no me pasa a menudo- y Gabriel se puso de pie-. Vámonos a la cama, estoy ansioso por descubrir si tras otra noche pasional, por la mañana serás más adicta a mí.

Ambos se fueron al dormitorio de Natalia, y volvieron a poner en jaque los muelles de la cama, y también la resistencia de parte del mobiliario a medida que fueron recorriendo la habitación. La noche, en una suerte de día de la marmota, fue igual de intensa que la anterior, a pesar de que se acostaron antes y durmieron un poco más.

A la mañana siguiente, tanto Gabriel como Natalia se despertaron temprano, y empezaron el día dándose una ducha juntos. A pesar de que caía agua caliente de la alcachofa, el vapor que empañaba la mampara de la ducha emanaba de los cuerpos de ambos, que hacían el amor con pasión y alegría. Para Gabriel fue la ducha más larga de su vida, y pensó que sería maravilloso empezar más de un día del mismo modo y con la misma compañía.

Tras la ducha, se vistieron y fueron a la cocina, donde Natalia preparó café. El teléfono de Gabriel empezó a sonar, y éste cogió la llamada. Eran sus padres, anunciándole que llegaban al mediodía para visitarle y pasar unos días en la ciudad. Una vez que colgó, le explicó a Natalia el motivo de la llamada, y le dijo que, muy a su pesar, no podría volver a verla tanto tiempo durante algunos días, ya que también quería estar con sus padres. Ella lo entendió perfectamente, y, a pesar de que también iba a sentirse algo triste por no verle tanto tiempo, sabía que, si su intuición era la correcta, iba a tener tiempo de sobra para disfrutar de su compañía en el futuro. De todos modos, se prometieron comunicarse por teléfono, y sabían a ciencia cierta que iban a hacer buen uso de él.

Una vez que se tomaron el café, salieron a la calle, y antes de despedirse, se dieron un largo y cálido abrazo. Luego cada uno tomó un rumbo opuesto. Gabriel cogió un autobús para ir a su piso, cambiarse de ropa, e ir a la facultad. Y Natalia se fue dando un paseo hasta su oficina, ya que tenía una mañana llena de citas con escritores y otras editoriales. Gabriel tuvo que estar muy atento en cada una de las clases a las que asistió, ya que sus ausencias en los días anteriores no podían despistarle más de la cuenta en su buena dinámica. Así que tomó notas como si no hubiera un mañana, agudizó el oído a cada comentario o explicación de sus profesores, y consiguió ponerse al día antes de ir a esperar a sus padres a la estación de tren.

Cuando ellos llegaron, le dio a cada uno un fuerte abrazo, ya que hacía dos meses que no los veía, y les había echado de menos. Irónicamente, mientras estaba con sus padres, a quien echaba de menos era a Natalia, pero algo en su interior le decía que tendría tiempo de sobra para compartir con ella. Así que, con esa tranquilidad que orquestaba su subconsciente, acompañó a sus padres al hotel donde iban a hospedarse, y poco después compartió con ellos toda la tarde enseñándoles algunas de las cosas más conocidas de Granada, y poniéndoles al día de su vida en la universidad. Para la noche les llevó a tapear a uno de sus bares favoritos, situado cerca de la catedral, y donde había varios objetos decorativos de tipo medieval. Se sintió más que satisfecho cuando sus padres le dijeron que el sitio les había encantado. Luego les acompañó al hotel, y tras despedirse hasta el día siguiente, se dirigió al piso. Aunque estaba cansado y tenía ganas de acostarse nada más entrar en su habitación, cogió el teléfono y, viendo que aún era buena hora para ello, llamó a Natalia. Estuvieron hablando un rato, contándose cómo les había ido el día, y coincidieron en que se habían extrañado bastante, pero también en que pronto volverían a verse. Y tras despedirse, sólo Morfeo les separó de sus pensamientos.

Al día siguiente, y como era sábado, Gabriel estuvo el día entero con sus padres, aprovechando para llevarles de visita a la Alhambra, donde la belleza de la construcción musulmana eclipsó todo pensamiento de la familia que no fuera de elogio al monumento. Era la tercera vez que Gabriel visitaba aquel lugar desde que vivía en Granada, pero eso no había restado ni un ápice de su aprecio por todo lo que allí veía. Era un lugar tan mágico como la ciudad, tan bello que era considerado una de las maravillas del mundo, y una idea empezaba a florecer en la mente del joven mientras disfrutaba de las vistas de la ciudad: pronto volvería a allí en compañía de Natalia. Aprovechando una distracción de sus padres, plasmó su pensamiento en un mensaje que le mandó a ella, acompañándolo de una foto de las vistas que tenía ante sí en ese momento, y ella no tardó en responderle, diciéndole que sería un placer cumplir ese plan. Eso hizo que él sonriera al teléfono, y tras oír a sus padres llamándole a su espalda, volvió a centrar su atención en ellos. 

Continuará...
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2 de diciembre de 2015

El pistolero

Julio estaba en los juzgados, mirando el calendario del teléfono. Tenía que comparecer en juicio por un robo del que se le acusaba y que no había cometido, y estaba nervioso. Acababa de hablar con su abogado de oficio, al cual apodaban “el pistolero” en los juzgados. Julio se había enterado de esa circunstancia un rato antes, cuando al salir su abogado del ascensor, escuchó unos susurros que decían que había llegado el pistolero. Parecía un tipo serio y profesional, aunque con una toga negra encima, cualquiera parecía competente en apariencia. Cuando llamaron a Julio a sala, su abogado le dijo que entrara en primer lugar, esperara, y disfrutara del espectáculo.

A Julio no dejaba de llamarle la atención el apodo que tenía su abogado, y no sabía si reírse o tenerle miedo. En ambos casos pensaba que el tipo podía estar como una regadera, en especial cuando dejaba entrar a su cliente a la sala de juicio sin acompañarle. Una vez dentro de la sala, y cuando la jueza y el fiscal preguntaron por el abogado de Julio, se abrió la puerta. Lo que ocurrió a continuación fue memorable.

El abogado entró con el teléfono móvil en una mano, y tras tocar la pantalla táctil, empezó a sonar la música de “La muerte tenía un precio”. Fue entonces cuando el abogado se transformó en el pistolero, y entró a cámara lenta con la toga echada sobre un hombro. Incluso a falta de un sombrero para dar más realismo a la escena, aquello no importó. Con una mirada de hierro cual fenómeno del cine de Sergio Leone, saludó al estupefacto grupo del estrado, y tras una breve pausa, en la que todos los presentes trataban de digerir lo ocurrido, el juicio comenzó.

Llegada la hora del interrogatorio a todas las partes implicadas, el pistolero hizo tantas preguntas y de una manera tan veloz y precisa, que parecía una pistola humana disparando todas las balas a la diana. Incluso haciendo un esfuerzo imaginativo, se podía ver el humo saliendo de la toga del pistolero. Fue algo asombroso, que hizo a Julio alegrarse de que aquel fuese el abogado que le tocara de oficio.

Tras casi una hora muy intensa, todo salió genial, y a falta de la sentencia en firme, el pistolero le dijo a Julio que podía estar tranquilo, que aquello estaba ganado. El tiempo le dio la razón.  

Con los años, cada vez que Julio veía una película del oeste en la televisión, se acordaba de su abogado, y se preguntaba si seguiría dejando asombradas a todas las personas que se cruzaran en su camino. El recuerdo de aquella entrada al son de la música, como si el tipo fuera a batirse en duelo bajo el sol, duró en la memoria de Julio hasta el último de sus días.

25 de noviembre de 2015

Un encuentro casual IV

Las primeras incursiones de Gabriel en el interior de Natalia fueron suaves, llenas de sensibilidad, cariño y dulzura. Los genitales de ambos estaban tan mojados que se escuchaba un sonido acuoso al juntarse una y otra vez. Todo estaba siendo tan mágico para ambos, que parecía haberse parado el tiempo en aquella cama en la que estaban ambos.

Gabriel siempre había sido un chico responsable en lo que al uso de los preservativos se refiere, pero aquella noche, ni aunque hubiera tenido a mano una caja entera, habría hecho uso de ella. Por eso no había reparado en ese detalle hasta que estaba dentro de Natalia. Estaba teniendo su primera experiencia al natural, y no había palabras lo bastante bellas y profundas para describir lo que sentía al penetrar a Natalia. Era como si se hubiera estado reservando para aquella mujer que tantas emociones le despertaba. Cada sonrisa, cada mirada y cada beso que compartían, no hacía sino aumentar el eco que tendría el recuerdo de su primera noche juntos con el paso del tiempo. Fue paradójico, pero a Gabriel le vino a la mente una frase que decía Russell Crowe en Gladiator: “lo que hacemos en la vida, tiene su eco en la eternidad”. Y eso le golpeaba en la mente a cada minuto que compartía con Natalia.

Hay una frase muy popular, que dice que cada maestrillo tiene su librillo, y eso lo puso en práctica Gabriel cuando usó algunos trucos para alargar su aguante en el acto sexual. Mantuvo el tipo como un campeón, y compartió media hora de cambios de postura en la cama. Penetró a Natalia de costado, estando encima de ella, estando él debajo, y sentándola sobre él en el borde de la cama. Fue en esta última postura cuando se produjo la primera explosión de placer de la noche. Tanto ella como él estaban sudorosos, mostrando sus cuerpos el brillo que denotaba la constante lujuria que sentían por el otro. Y al borde de la cama, ella daba pequeños botes sobre él. Los jadeos habían dado paso a los susurros entre ambos. Eso había sido demasiado, y, sintiendo que estaban a punto de llegar al éxtasis, habían empezado a aumentar el ritmo de penetración. Sin dejar de mirarse, y gritando al unísono lograron un orgasmo a la vez. A Gabriel le vino a la mente la imagen de los pozos petrolíferos que salían en las películas antiguas, donde el líquido ascendía hasta el mismo cielo. Había sido fantástico terminar dentro de Natalia, y que ella hiciera lo mismo con él. Se quedaron en la misma postura unos minutos, en los que no dejaron de besarse. Luego se tumbaron en la cama, y se quedaron abrazados, charlando un poco mientras se recuperaban para volver al ataque.

Las horas de la noche fueron pasando y no hubo rincón de la habitación donde Gabriel y Natalia no dejaran huella de su fogosidad. Lo hicieron en el suelo, pegados a la pared, con Natalia suspendida en el aire y sujeta por los brazos de Gabriel, o con ella subida sobre una cómoda. A ninguno de los dos se les escapaba la sensación de que aquello era algo más que sexo, y que iban a compartir muchas más noches como esa. Quizás no serían noches tan fogosas o llenas de orgasmos para ambos, pero sí iban a ser muy especiales de vivir juntos. Sin embargo, aún les quedaban algunas horas antes del amanecer, y no iban a desperdiciarlas durmiendo.  Y no durmieron hasta las primeras luces del día siguiente.

A media mañana, ambos se despertaron al sonar el teléfono de Natalia. Ella tardó unos segundos en volver al mundo de los vivos, cogió la llamada, y salió de la habitación. Unos minutos después, ella regresó, le dio un beso de buenos días a Gabriel, y le dijo quien le había llamado:

- Perdona, era mi secretaria, me recordaba que en una hora tengo una cita con uno de nuestros escritores, y al ver que yo no estaba temprano en la oficina como siempre, estaba preocupada.
- Lo siento- se disculpó Gabriel mientras se restregaba los puños en los ojos para terminar de aclararse la vista-, parte de esa preocupación la he generado yo.
- Tonto, he disfrutado cada segundo contigo- y Natalia le dio un largo y suave beso-. Es cierto que no acostumbro a levantarme tan tarde- y empezó a acariciar con sus dedos el pecho de Gabriel-, pero también es cierto que no suelo tener noches como la que me diste. Estuviste fantástico.
- Oh no, tú estuviste fantástica cariño, yo sólo intenté estar a tu altura- y en esta ocasión, fue Gabriel el que besó a Natalia-. Dame 5 minutos que me lave la cara y me vista, y me marcho para que puedas irte con tiempo a la oficina, no quiero distraerte más de la cuenta.
- Pues va a ser que no encanto. Te daré esos 5 minutos, pero yo haré lo mismo que tú y nos iremos juntos a desayunar, quiero que me sigas distrayendo. ¿No piensa hacerme un seguimiento el doctor?
- Jaja, eso ha sido genial, claro que quiero hacerte un seguimiento, para que puedas reeditar cada beso que pienso darte.
- ¡Trato hecho!

Volvieron a darte otro beso, y Gabriel se levantó de la cama para ir al baño. Sentía algo de frío, y no tardó en reparar que estaba desnudo del todo. Acostumbrado a dormir siempre con ropa, aquello le hizo reír. Se lavó la cara, se pellizcó con fuerza las mejillas para atestiguar que desde el inicio de la cena todo había sido real, y se sonrió satisfecho frente al espejo. Estaba ilusionado, parecía precipitado conociendo desde hace unos días a Natalia, pero se sentía eufórico. Salió del baño, empezó a coger su ropa, que estaba desperdigada por la habitación, y se recreó viendo cómo se vestía Natalia. Le parecía erótica la imagen, y ella se sonrojó un poco. Una vez vestidos los dos, se marcharon del piso para ir a desayunar. Hacía un día radiante, sin rastro de las nubes que tanta lluvia habían dejado los días anteriores.

Es cierto que un desayuno típico en algunos sitios puede ser churros con chocolate o café, pero Gabriel y Natalia tuvieron un desayuno de churros con besos, ya que no paraban de mostrarse cariño. Alguna que otra persona les miraba con incredulidad, como si fuera una situación anómala, pero a ellos no les importaba, no le hacían daño a nadie, y se sentían contentos. El único momento triste de la mañana fue cuando, tras pagar Gabriel el desayuno, se tuvieron que despedir. Se habían citado para volver a verse por la tarde, pero eso no quitaba el hecho de que estarían algunas horas separados. A veces ver mucho rato a alguien puede terminar saturando, pero hay otras veces en las que no importa el tiempo compartido, sino la valía de los sentimientos que se disfrutan mientras se está con esa persona. Y aunque el lado irracional de ambos les animaba a perderse por las calles de la ciudad, cada uno tenía que atender algunas obligaciones. Así que se dieron un abrazo, y se desearon un buen día hasta volver a encontrarse.

Natalia entró en la oficina con una sonrisa de oreja a oreja, y a pesar de los intentos de su secretaria por averiguar más al respecto, se guardó para sí las vivencias de la noche vivida.
Gabriel no encontró a ninguno sus compañeros cuando regresó al piso. Pero de haberse encontrado con ellos, le habrían preguntado por la sonrisa permanente que estaba dibujada en su rostro.
El resto del día pasó rápido para Gabriel y Natalia, que no deseaban sino volver a encontrarse. Llegada la hora de su nueva cita, estuvieron paseando por los bosques de la Alhambra, y luego se fueron a una de las teterías de la zona árabe de la ciudad. Al caer la noche, y poco antes de marcharse de la tetería, ella le dijo algo a Gabriel:

- Por cierto encanto, acabo de caer en la cuenta de algo…
- ¿De qué?
- No te he devuelto el paraguas, y esta damisela, como me dijiste el otro día, no puede quedarse con algo que tan gentilmente me prestaste, aún a riesgo de resfriarte. ¿Por qué no vienes a casa a recogerlo?
- No te preocupes cariño- Gabriel no había captado la indirecta aún-, no tiene importancia. Puedes devolvérmelo cualquier otro día- y dándose cuenta del ofrecimiento a una nueva cena, puso remedio a su metedura de pata-. Aunque bien pensado…sí que es importante, no es plan de que vuelva a llover y no lo tenga a mano.
- Eres un encanto jaja, pensé que tendría que mostrarte un cartel para invitarte a cenar nuevamente.
- Culpable, soy un encanto encantado por ti. Si me lo permites- y Gabriel levantó varias veces sus pestañas de un modo cómico-, esta noche seré yo quien use tu cocina para hacer algo de mi escaso repertorio. Considéralo una prescripción médica.
- Siempre hay que hacer lo que ordene el doctor.
- Ése es el espíritu.

Y tras marcharse de la tetería, se fueron a casa de Natalia. Era buena hora para empezar a cocinar, y Gabriel quería sorprender a su encantadora anfitriona. Así que, nada más meterse en la cocina, le preguntó a Natalia sobre el lugar donde estaban algunos alimentos y utensilios, y le pidió a ella que no apareciera por allí hasta que todo estuviera listo. Se dieron un beso, y cuando ella se marchó, él se puso manos a la obra, sacando el cocinero aficionado que había en su interior. No era ningún experto de los fogones, pero en ilusión no le habría ganado nadie aquella noche.

Continuará...
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21 de noviembre de 2015

Proyecto fobia: Capítulo 2

Para poneros en situación antes de comenzar la lectura del texto, os recuerdo que la narración de esta historia, se hace entre el pasado y el presente del doctor August Remprelt. Los capítulos impares son del pasado, y los pares son del presente.

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Capítulo 2: El nuevo empleado


Noviembre de 1988

August Remprelt se encontraba en su despacho principal, sentado en una silla giratoria situada tras un imponente escritorio de madera de caoba. De forma repetida, acariciaba un péndulo que colgaba de su cuello. El gesto le traía recuerdos de su niñez, una época en la que su visión del mundo se había tornado tan negra como un pozo de alquitrán. Y todo había empezado a ocurrir por culpa de ese objeto que ahora acariciaba con sus dedos, y que Remprelt había convertido en su talismán para las sesiones de hipnosis.

El despacho principal de Remprelt era todo un templo dedicado al estudio de la mente humana. Había varios estantes de madera repletos de libros sobre el ser humano y sus funciones cerebrales, estudios sobre la psique, la interpretación de los sueños, el subconsciente y la hipnosis, biografías de los mejores profesionales en el campo de la psiquiatría, e innumerables libros de medicina y anatomía. Pero la cosa no se quedaba ahí, pues sobre el escritorio había un par de reproducciones a tamaño real del cerebro humano, y en un enorme armario acristalado situado en un extremo del despacho, había una inmensa colección de cintas de casete y vhs sobre reportajes, documentales e investigaciones del cerebro humano y sus diferentes funciones. Remprelt tenía un televisor con reproductor de vhs en el despacho, y disfrutaba en ocasiones viendo algo de su colección. Del mismo modo, en uno de los cajones de su escritorio guardaba un walkman para escuchar los casetes en cualquier parte. Sin embargo, no era momento para el ocio, pues Remprelt estaba esperando una visita, y tras escuchar unos golpes en su puerta, dio orden de que pasara la persona a la que esperaba.

Con una mirada de ojos azules llena de ambición, y una sonrisa que irradiaba autoconfianza, el visitante se presentó como Stanley Farrell. A Remprelt le gustó el firme apretón de manos que le dio. Una vez sentados, el doctor empezó a interrogar a su visitante:

- Así que le interesa el puesto de vigilante nocturno, ¿verdad señor Farrell?
- Por favor, llámeme Stan. Y ya puestos puede tutearme. ¿Quién no querría trabajar en un centro tan prestigioso como el Clarkson?
- Ya, eso dice todo el mundo Stan- sonrió con malicia Remprelt-, pero claro, tu labor no va a ser la de doctor, enfermero o celador, así que… ¿por qué tanto interés en ser vigilante nocturno en este centro? Según la ficha que dejaste en recursos humanos días atrás, ni siquiera tienes experiencia previa para el puesto.
- Verá doctor Remprelt, sé que toda la experiencia laboral que tengo no sirve ni de lejos para trabajar aquí, pero… ¿puedo serle franco?
- Adelante Stan, soy todo oídos.
- Pues la razón es simple. Verá, sé por los periódicos que en este centro internan cada vez a más personas condenadas por la justicia, y tengo el deseo de vigilar que esa basura no se escape de aquí. Suena un tanto extraño, pero esas personas le han fallado a la sociedad, y disfrutaré viendo cómo pasan una larga temporada en este edificio.
- Ya veo, así que esa es su verdadera motivación para el puesto- y el doctor, que se quitó las gafas para limpiarlas con el faldón de la camisa, sintió un creciente interés por aquel tipo-. Es peligroso hacer ese tipo de comentarios en una entrevista de trabajo.
- Lo siento doctor Remprelt, sólo he sido sincero con usted. Como decía una antigua novia que tuve- y Stan esbozó una enorme sonrisa-, hasta el demonio merece que le cuenten la verdad.

Tras escuchar aquella frase, a Remprelt se le secó la boca. Había escuchado eso mismo en boca de alguien años atrás. Pero ese alguien no le venía a la cabeza, y Remprelt era del tipo de personas que creen que hay cosas que tarde o temprano, afloran en la mente de quien sabe esperar pacientemente su llegada. Así que, tras buscar en uno de los cajones del escritorio, encontró una botella de agua, le dio un trago, y continuó la conversación:

- Agradezco tu sinceridad Stan. ¿Cómo sé que tu deseo de vigilar a los pacientes no lleva oculto otro deseo aún mayor de hacerles la vida imposible? Porque el vigilante nocturno únicamente debe procurar que nadie salga de su habitación una vez se apaguen las luces, y que todo esté en orden. La violencia física es lo último que quiero como director de este centro.
- No se preocupe por ello doctor Remprelt, no voy a negarle que la tentación de putear a esta gente es demasiado grande, pero no es lo que deseo. Solamente quiero evitar cualquier posible fuga de quien realmente fingiera estar loco para no ir a la cárcel.
- ¿Controlarás cualquier impulso negativo hacia los pacientes?
- Desde luego, puede confiar en mí. Si le parece bien- y Stan pasó a la última fase de su plan de ataque-, puedo estar una semana a prueba, sin que usted me contrate. Si se siente satisfecho una vez pase ese tiempo, podrá ofrecerme un contrato que estime adecuado, no pondré pegas al tiempo o salario.
- Es una propuesta interesante Stan- a Remprelt le empezaba a inspirar confianza el tipo-, me parece muy bien tu ofrecimiento. Como en la ficha tengo tu teléfono de contacto, mañana te llamaré para darte una respuesta.
- De acuerdo, estaré expectante.

Tras despedirse con un apretón de manos, Stan cerró la puerta del despacho, y Remprelt volvió a sentarse en la silla giratoria. Aquel tipo le despertaba sensaciones opuestas. Por un lado, había captado su interés al revelar que su deseo de trabajar en el Clarkson, era para controlar que la “basura” que los jueces enviaban allí, no escapara. También mencionó algo que a Remprelt le pareció importante: esas personas le han fallado a la sociedad. Ésa era una de las razones que motivaban la práctica del proyecto fobia en los pacientes ingresados por vía judicial. Quizás, sólo quizás, Stan podía ser con el tiempo un miembro más al servicio del proyecto. Sin embargo, el instinto de Remprelt le decía que, si bien Stan podía ser en el futuro un leal sirviente a su causa, también podía ser peligroso. La mención de aquella frase sobre la verdad y el demonio había activado una alarma interior, aunque su sonido apenas fuera audible. Al día siguiente llamaría a Stan, y le daría una respuesta. Aún quedaba una larga jornada por delante, y otras cosas que hacer.

Al mismo tiempo, Stan recorría los pasillos para regresar al vestíbulo principal. Una vez que salió del Clarkson, se dirigió al aparcamiento y subió a su Plymouth Fury del 58 color crema. Ya en el interior, arrancó el motor y puso una emisora de música rock. Había seguido el plan ideado el día anterior, y le había contado a Remprelt alguna de las cosas que sabía que podían interesarle. Realmente no le importaba ninguna de las personas que había allí internadas, por lo que no pensaba hacerles nada. Pero tenía que conseguir aquel trabajo, era la única forma de poder investigar lo que se cocía en el interior de aquel psiquiátrico. Había empleado los dos últimos años de su vida en recabar toda la información posible sobre Remprelt y el Clarkson, pero eso no le había dado la respuesta que buscaba a sus dudas, ya que había obtenido esa información desde fuera. Necesitaba trabajar en aquel lugar para investigar más, y para acceder al círculo de confianza del doctor. Sabía que no sería una tarea fácil, pero Stan era una persona paciente. No le quedaba más remedio que esperar la llamada prometida al día siguiente. Así que puso en marcha el Plymouth, y cogió la carretera de servicio para regresar a su casa.

Mientras tanto, en el Clarkson, el resto de la jornada fue agotadora para Remprelt. Había tenido que atender a más pacientes de la cuenta, debido a la baja de uno de los médicos de planta. Ya entrada la noche, y tras comer algo en la cafetería del psiquiátrico, Remprelt se dirigió a una de las habitaciones de descanso para el personal. Una vez allí, se metió en una de las camas. Antes de quedarse dormido, y tras sopesarlo varias veces, tomó una decisión respecto a Stan.

Al día siguiente, el teléfono sonó en casa de Stan, y cuando éste lo descolgó, escuchó lo que tanto anhelaba oír:

- Stan, soy el doctor Remprelt. Te concedo una semana de prueba, y si lo haces bien, serás el nuevo empleado para el turno de noche. Ven mañana por la mañana y te enseñaré las instalaciones.
- Será un placer. Hasta mañana.

Tras colgar el teléfono, le invadió una sensación de triunfo. Había sorteado el primer obstáculo hacia la verdad, y ahora debía seguir con su actuación. Aprovecharía la semana de prueba para hacer bien las cosas y ganarse la confianza de todo el mundo, y una vez lograra el puesto, empezaría a investigar cada pasillo y habitación del psiquiátrico. 


Continuará...

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13 de noviembre de 2015

El día de la hermandad

Era verano. El coliseo emitía un rugido ensordecedor, y la expectación por ver a los gladiadores eran tan elevada, que habría hecho cosquillas a los dioses allá en el Olimpo.

Las gradas estaban pobladas de personas de todo tipo y raza. Se podían divisar soldados napoleónicos, caballeros medievales, mecánicos, bomberos, piratas, policías, ladrones, obreros, granjeros, basureros, payasos de circo, esquimales, y un sinfín de personas diferentes. Se había decretado que fuera el día de la hermandad, y eso explicaba la unión y algarabía presente en cada recodo del coliseo.

El organizador de los festejos era un gigante del que sólo se veían las rodillas. Nadie sabía nada sobre él, pero cuando habló para dar comienzo a los juegos, su voz estaba cargada de dulzura y entusiasmo. El gigante, obrando un truco de magia, hizo aparecer un pistolero en la arena del coliseo. Tras las puertas donde esperaban los luchadores, todo era camaradería. Éstos se deseaban suerte, y se recordaban que lo importante era dar espectáculo y hacer que cada persona volviera a casa sonriente.

El pistolero cogió sus revólveres, y disparando al aire con alegría, dio comienzo al espectáculo. Los primeros en salir fueron unos tipos con chupas de cuero y montados en moto. Tras ellos aparecieron varios vaqueros, moviendo unos lazos de cuerda en el aire. El público se divirtió viendo cómo los vaqueros intentaban cazar con sus lazos a los motoristas. A veces uno de los motoristas se caía de la moto, y otras veces uno de los vaqueros era arrastrado, dibujando curiosos surcos en la arena con su cuerpo.

Tras vaqueros y motoristas, que se marcharon vitoreados, aparecieron indios con arcos y flechas, y unos dragones volando por el cielo. Los indios disparaban sus flechas al aire, con la tranquilidad de saber que jamás harían daño, ya que todo estaba ensayado. Y los dragones podían escupir fuego sin preocupaciones, pues había marcas en la arena donde debían apuntar sus disparos. Los brazos del gigante se movían en el aire, como si quisiera participar. Pero su propósito era otro. Nuevos vítores y aplausos resonaron en el coliseo para despedir a indios y dragones, que dieron paso a la siguiente fase: una carrera.

Aparecieron en la arena una diligencia del oeste tirada por caballos, un trineo esquimal tirado por perros, y un carromato llevado por burros. Cada transporte tenía una persona para llevarlo. El pistolero volvió a aparecer en escena para dar la salida, y el público se puso de pie para jalear a cada competidor. Una vez que sonaron los disparos, los conductores de la diligencia y el trineo empezaron a apostar dinero por ver quien llegaría antes. Tardaron tanto en llegar a una cifra, que el conductor del carromato sacó un palo con una zanahoria, y los burros corrieron tras ella como locos, ganando la carrera.

Mientras salían los últimos competidores, una potente voz, distinta a la del gigante, irrumpió en el coliseo diciendo:

- ¡Jorge, es hora de comer!
- Pero mamá- le respondió el gigante-, que van a salir los samuráis a luchar.
- Ya lucharán después del postre, tienes toda la tarde por delante.
- Está bien mamá.

Y Jorge, el gigante, que era un niño de 9 años, se puso de pie, apagó la radio de la que procedía el sonido del público, y echó un vistazo a sus playmobil antes de salir del cuarto. El poder de la imaginación en la infancia era ilimitado, y eso había permitido aquel día de la hermandad, donde Jorge había mezclado todos sus juguetes, los cuales, ya como padre, legaría a sus hijos.

10 de noviembre de 2015

Un encuentro casual III

Tras colgar el teléfono, Gabriel se sentía invencible. Natalia le había invitado a cenar, y la idea le parecía maravillosa. Lo cierto es que ninguna de las chicas con las que había estado hasta la fecha, le había invitado a cenar a su casa, por lo que también era un frente nuevo el que se le presentaba. Una vez que regresó al piso, comió con uno de sus compañeros, y después se encerró en su habitación. Necesitaba pensar un poco algunas cosas. Uno no podía presentarse a cenar en casa de alguien sin llevar algo para acompañar, y, deseando aclarar sus ideas, encendió su ordenador portátil para buscar algo de información en Internet. Anotó algunas cosas en una hoja, y tras cambiarse de ropa, salió a la calle.

Algunas horas después, y de nuevo en su habitación, dejó una bolsa en la cama. A continuación, abrió su armario, y escogió su mejor camisa, una chaqueta americana, y unos pantalones a juego. Puso la ropa sobre la cama, y añadió un cinturón a todo aquello. También escogió unos zapatos, y se puso a limpiarlos un poco hasta dejarlos relucientes. Aunque nuevamente seguía lloviendo en el exterior, y puede que los zapatos no tardaran en mojarse o mancharse, quería ir lo más elegante posible. Una vez que acabó, se afeitó y se duchó. Se estaba secando con una toalla cuando sonó el teléfono. Le había llegado un mensaje de Natalia, y había una foto adjunta. Era la cena que estaba preparando ella. Tenía un aspecto demasiado apetitoso como para que la foto le hiciera justicia. Gabriel no pudo evitar sonreírle al teléfono, y mandó un mensaje de respuesta, anunciando que pronto degustaría ese rico menú. Dejó el teléfono sobre la cama y terminó de secarse. Un rato después, y ya vestido, se marchó del piso, no sin antes escuchar el silbido de sus compañeros, que le dedicaron además una infinidad de piropos cómplices.

Los dedos de Gabriel temblaban cuando pulsó el timbre del piso de Natalia. La voz de ella le relajó un poco al escucharla, aunque fuera a través de un altavoz. Una vez que atravesó el portal del edificio, y mientras esperaba al ascensor para subir a la décima y última planta, examinó el contenido de la bolsa que llevaba. Esperaba no haberse equivocado, a fin de cuentas había seguido su instinto, y, lejos de haber comprado una cosa, se había decantado por varias para acompañar la cena. El ascensor llegó, y se adentró en él. Pulsó el botón y se preparó para subir al décimo cielo.

Cuando Natalia abrió la puerta, Gabriel supo en todo su esplendor lo que significaba quedarse sin aire. Estaba sencillamente espectacular. Llevaba un vestido verde turquesa de una pieza, unas medias negras, y unos tacones de vértigo. El mejor complemento posible a eso ya estaba a la vista, y no era otra cosa que la preciosa sonrisa que ella esbozaba en aquel momento. Bastante nervioso, y hasta que lograra articular palabra, a Gabriel no se le ocurrió otra cosa que imitar el sonido de sus compañeros de piso, y silbar ante la belleza de Natalia. Y funcionó, ella empezó a reírse y le dio un beso en los labios. Tras besarle, aprovechó para susurrarle al oído que él también estaba espectacular. Eso envalentonó a Gabriel, que, rodeando con un brazo la cintura de ella, le respondió con otro beso. La noche empezaba a lo grande damas y caballeros. Natalia le hizo un gesto para que pasara al piso, y él hizo lo propio. Una vez en el recibidor, y tras respirar un delicioso aroma que debía proceder de la cocina, Gabriel empezó a hablar:

- Verás Natalia, no sabía qué traer para acompañar la cena. Soy algo novato en estas cosas, y…bueno, he optado por varias opciones. En primer lugar- y como si se tratase de un mago sacando un conejo de la chistera, metió la mano en la bolsa-, he comprado una botella de vino. Soy un total desconocido sobre el tema, pero el chico de la tienda me dijo que éste era muy bueno, y confié en su criterio.
- No te preocupes- le interrumpió ella-, no hay mejor acompañamiento para la cena que tú Gabriel.
- Vaya, gracias- las piernas de Gabriel habían empezado a temblarle, y se apoyó en una pared cercana-, muchas gracias por compartir esa información. Por otra parte- y tras meter el vino en la bolsa, sacó una caja de bombones-, sé que es un tópico, pero traté de buscar unos bombones tan dulces como tus labios, y como no los había, ni creo que los haya, traje esta caja por si te gustan.
- Todo un detalle- el rostro de ella se había enrojecido, y Gabriel supo que también se había puesto nerviosa-. ¿Hay algo más en la bolsa?
- Sí, tras pensarlo bastante…compré un disco de jazz. Es el tipo de música que suelen poner en la cafetería donde nos conocimos, y bueno, pensé que sería buena elección para escuchar mientras cenamos. ¿Qué opinas?
- Me parece una propuesta genial Gabriel. Ahora acompáñame, voy a enseñarte un poco el piso y nos sentaremos a cenar.

Acto seguido, Natalia le fue mostrando el piso en su totalidad. Era bastante grande. Había dos dormitorios, un despacho, una biblioteca, dos cuartos de baño, un amplio salón, la cocina, y una terraza con una bonita vista nocturna de la Alhambra. Todo estaba decorado con un gusto exquisito, o al menos eso le pareció a Gabriel, que no tardó en sentirse tan cómodo como en la cafetería-librería. Además, en medio del salón había una mesa ya preparada, y Natalia encendió unas velas que había sobre la misma. Segundos después, ella fue a la cocina a por la cena, y Gabriel aprovechó para colocar la botella de vino y los bombones sobre la mesa. Sacó el disco de la bolsa, le quitó el plástico, y tras encontrar el equipo de música, lo puso en marcha. Un reconfortante sonido de jazz se complementó a la perfección con el aroma del primer plato que traía Natalia. A partir de ahí, todo fluyó con rapidez y complicidad.

El menú había consistido en un primer plato de pasta con almejas, y en unos solomillos de ternera con salsa en segundo lugar. Ella no desveló qué salsa era, pero estaba deliciosa. Para alivio de Gabriel, el vino les gustó a ambos, y el contenido de la botella fue menguando con cada plato. El postre consistió en un magnífico tiramisú casero, y Gabriel no pudo evitar elogiar a la cocinera por hacer las cosas con tanto esmero. La charla durante la cena había sido igual de mágica que el día anterior, y todo estaba saliendo a pedir de boca. Tras recoger la mesa, y coincidiendo con el final del disco de música, Natalia besó intensamente a Gabriel, le cogió de la mano, y le llevó a su habitación. Una vez allí, dejó la luz encendida, y pasó lo que ambos deseaban casi desde que se conocieron.

Todo transcurrió con dulzura y paciencia. Se sentaron en la cama, y empezaron a besarse lentamente, sin dejar de abrazarse. Se multiplicaban las miradas y sonrisas cargadas de deseo y lujuria. Poco a poco Gabriel y Natalia se fueron desnudando, hasta quedarse en ropa interior. La temperatura corporal de ambos era abrasadora, y habría fundido un cubito de hielo sin problemas.

Gabriel le pidió a Natalia que se tumbara en la cama, y una vez que lo hizo, le quitó la poca ropa que le quedaba. Poco después, y tras maravillarse con lo que veía, empezó a recorrer su cuerpo con la lengua y los dedos. Ella tenía la piel más suave que había tocado hasta esa noche, y él supo que esa sensación perduraría en su mente hasta el fin de sus días. Disfrutó de cada segundo de recorrido por su cuerpo, mientras ella se retorcía y gemía de placer, lo que le alentaba a seguir así. Gabriel se extasió lamiendo, besando y mordisqueando cada centímetro del cuerpo de Natalia, y a veces ella le interrumpía el recorrido para acercar sus cabezas y besarse. No había ni uno sólo de los cinco sentidos que no estuviera disfrutando de aquella noche.

Al cabo de un rato, fue Natalia la que le ordenó cambiarse los papeles, y Gabriel pasó a ser el sujeto del examen médico. Natalia se relamió cuando comprobó lo mojado que estaba el bóxer de él, ya que era síntoma evidente de la inmensa excitación que le había provocado. Tras quitarle la empapada prenda, transportó a Gabriel al séptimo cielo con cada lametón, beso o caricia que fue dispensándole a su cuerpo. Aunque hubiera sido lo fácil para ambos, ninguno le hizo sexo oral al otro, era como si supiesen que esa noche iba a ser muy larga, y había tiempo para disfrutar de cada cosa sin prisas. Y la primera etapa, había consistido en un reconocimiento físico. Natalia se colocó a la altura de Gabriel, y continuaron besándose. Poco a poco, empezaron a masturbarse mutuamente, sin dejar de hacerlo con calma y dulzura. Tanto ella como él terminaron con sus dedos mojados a los pocos segundos.

En esta ocasión, fue ella la que tomó la delantera, y empezó a practicarle sexo oral a él. Si anteriormente el viaje había sido al séptimo cielo, en esta ocasión todo el placer se había multiplicado considerablemente. Para Gabriel lo sublime no era el acto de la felación en sí, sino cada cruce de miradas, cada sonrisa que ella le dirigía antes de continuar con la labor, y la dulzura que había en cada movimiento de su boca. Natalia no hacía aquello por cumplir, sino que disfrutaba de verdad, y eso mismo sintió ella cuando un buen rato después, era Gabriel el que jugueteaba con sus dedos y su lengua en su clítoris. Los gemidos y los suspiros de ambos habían estado omnipresentes en cada segundo de sexo oral que se practicaron.

Pero no podían igualar el volumen que alcanzarían cuando, llegado cierto momento de la noche, Gabriel empezó a penetrar a Natalia, fundiéndose ambos en un solo ser, y empezando a adentrarse físicamente el uno en el otro.

Continuará...
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